Ahora por todo eso hemos heredado la "noche vieja" y el "año nuevo", quiero decir que los prefiero a la Navidad, pero cada día les tengo menos apego. Eso si me gusta felicitar y sentirme felicitado, pero eso de que seamos todos a la vez, de que haya que engullir unos cuantos kilos de comida, litros de bebida y para colmo, a traspiés, las uvas, la alegría sobredesbordada, ... no lo acabo de entender. Aunque está claro que necesitamos ritos para celebrar que el paso del tiempo y la vida continuidad de la vida, podíamos hacerlo de forma más tranquila y cotidiana [en un sentido similar el artículo "La ciudad invisible" de mi amigo Octavio con el polemizaré el año que viene].
Este año cuando suenen las campanadas estaré en el campo disfrutando del cielo y las estrellas, no tendré ninguna prisa y besaré poco a poco aquel@ que me encuentre. Os invito.