Hace días, el presidente Obama comunicó, que de acuerdo con su promesa electoral, daba por concluidas las misiones de combate en Irak. Acababa, así -formalmente-, la segunda guerra del Golfo, Una guerra, declarada en marzo de 2003, apoyada y "falseada" por el trío de las Azores (los insignes Bush, Blair y Aznar), y que nunca debió de haber existido.
Me alegro de que los yanquies vuelvan a casa. Me alegro, porque a pesar de que la situación puede estar peor que cuando comenzaron la "invasión", la retirada es la demostración palpable de una decisión y una estrategia equivocada, que debe abrir las puertas a serias reflexiones. Además, queda por delante un camino muy difícil para el pueblo irakí. Prueba de ello es que cinco meses después de las pasadas elecciones generales, el país sigue sin un acuerdo político que permita formar un Gobierno estable.
El balance no puede ser más negativo. Siete años cinco meses después según diversas fuentes cerca de un millón de personas han fallecido por causa de la guerra y un país arrasado literalmente. El coste para el Pentágono puede estar situado entorno a los 784.000 millones de dólares. ¿Cuantas acciones de cooperación -también disuasivas- no se podrían haber realizado?
Después de este balance, después de aceptar la grave equivocación de utizar las tropas, sin conceso internacional, sin la aprobación de Naciones Unidas, con la esperanza de haber aprendido de los errores, se abre un tímido espacio para que la situación pueda mejorar. Es una lección de la que se debe de aprender mucho.
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