jueves, agosto 25, 2005

UN OPIACEO ME QUITA EL SUEÑO

Hoy de nuevo a las 7 de la mañana tenía los ojos como platos, o quizás puede que sólo fuesen algunas neuronas díscolas. Era placentero. Me hubiera gustado seguir durmiendo, pero la excitación no me dejaba seguir en la cama. Era como si el dia me estuviera llamando. Las sensaciones del día son de mayor calidad quizás porque son más vitales, hay mayores posibilidades de sentir, de percibir. La noche nos da la intimidad el día nos expande con sus rayos de luz. Ahora estoy en la terraza viendo los primeros y tenues rayos de sol, sintiendo el fresco del aire, oyendo los pájaros, sin apenás trazos de actividad humana.
Creo que han sido otra vez las endorfinas, mi opiaceo -tal vez mi droga- preferido las que me cargaban de esta energía natural que me empujaba a levantarme. Puede que sea asi porque me ha sucedido en otras ocasiones, días y horas. Cuando salgo a correr, normalmente en dias alternos, despues de entrar en contacto con la tierra, cambios de paisaje, de formas, árboles, animales, el aire, el cielo, los cambios de temperatura, compartiendo con amigos, lleno de sensaciones, esfuerzos, oyendo tu propia respiración, tu corazón, sudor, sintiendo tu piel, tus musculos, partes de tu cuerpo, ... por fin descanso, estiramientos, relax, ... siento mi cuerpo oxigenado, placentero. La excitación ha sido tanta que ha permanecido activo toda la noche. La naturaleza es sabia.

jueves, agosto 11, 2005

LAS CAMPANAS

Hace algún tiempo leí como un “rimpoche” utilizaba las campanas de Europa para concentrarse y hacer meditación. De esta manera reemplazaba las llamadas que se realizaban en los países budistas. Cuando estaba en América, las campanas eran reemplazadas por los aviones –por ejemplo-. Quedé sorprendido, el avión símbolo último de la tecnología era utilizado como señal para el recogimiento. De una manera consciente y liberalizadora se “reinterpreta” las señales, se rompe la cadena lógico argumental, se reconstruye y reemplaza por otra más armónica.
Qué hacer cuando se pueden oir los campanarios de las iglesias o de los relojes de cualquier pueblo de Andalucía. Todo es aparentemente más fácil sobre todo a partir de que nos damos cuenta de que están presentes, de que replican. Las campanas son un método de comunicación precapitalista, sin electricidad, sin teléfono, sin radio, sin televisión, sin internet. Ellas son emisoras de señales que tienen que ser identificadas por los receptores. Quizás por todo ello merezca reconocerlas, conservarlas, ya que el uso de las campanas ha estado ligado, desde tiempos remotos, al aviso de cualquier acontecimiento más o menos notable –la Iglesia las incorporó algo más tarde (parece que entre los siglos VII y IX).
Son un instrumento musical en forma de copa invertida, que se divide en tres partes, a saber: jubo, copa y badajo, este último golpea a la copa de bronce -de diversas dimensiones y aleaciones, por lo que da diversos sonidos. Con la variación de los ritmos y la combinación de diversas campanas se obtienen diversas melodías se puede reconocer diversos mensajes y significados. Siempre cabe la posibilidad de interpretar a través de las campanas –al igual que con la música- una invitación de otros seres humanos a la conciencia, a compartir y, porque no, a la armonía. Fácil: primero reconocerlas, oirlas, escucharlas, segundo tomar conciencia de sus mensajes, disfrutarlas. El "veraneo" es una buena ocasión para reestablecer una buena relación con ellas.

martes, agosto 02, 2005

HA LLEGADO BERNARDO

Bernardo es un velezano que ha hecho su vida en el País Vasco, generoso, dicharachero, simpático, listo y despierto, muy amigo de sus amigos. Nació allá por finales de los años cuarenta, en Vélez Blanco, eran todavía años de la postguerra y eso significaba hambre, miseria, falta de libertades y represión. En este pueblo quién ejecutaba algunas de estas variables eran los «señoritos», aquellos beneficiarios del régimen, fieles aliados suyos, e interesados que todo siguiera igual para que sus privilegios continuasen y, lo que es peor, sin practicar ni siquiera la caridad y el amor que su religión oficial predicaba. Por todas estas razones Bernardo tuvo que emigrar cuando tenía ocho años. Él con toda su familia, sus padres y sus hermanos menores que él. Tres días sin apenas comer hasta Vitoria donde pudo comenzar a reconstruir su vida, a veces durmiendo a cielo abierto con la sola cobertura de un toldo de lona y otras gracias a la beneficiencia -como le gusta recordarle a sus hijos para que reconozcan sus raíces-. Después trabajando arduamente -nunca le ha asustado trabajar- con la posibilidades que les ofreció una zona más prospera económicamente, a pesar de padecer también el franquismo, que supo acoger a emigrantes.
Hoy Bernardo es una persona honorable. En verdad lo ha sido siempre, solo que algunos rezagados se han dado cuenta ahora. Cómodamente instalado en la bella Vitoria, disfruta -como me consta personalmente- de sus bondades. Comparte la grandeza de aquellas gentes y sufre con sus problemas. El tiene esa virtualidad de estar bien allá y aquí. Allá tiene a sus hijos y sus amigos, buenos amigos como Javi, Luis Carlos, Paco y Juan. Acá sus padres, sus recuerdos y sus emociones.
Cuando «llega Bernardo» vuelve toda su historia, una historia dura en algunos momentos, llevada con dignidad y superada por el esfuerzo, el instinto y la inteligencia natural. Aquí podríamos hablar de «resiliencia», esa capacidad de salir adelante a pesar del caos del entorno. La resiliencia es una cualidad de la condición humana que permite salir adelante a pesar las dificultades, de los obstáculos que muchas veces fabricamos, estúpidamente, los propios humanos. Representa el empeño por demostrar que nuestra dignidad frente a los intentos de derrumbarla.
Cuando él vuelve todo el pueblo lo sabe, porque también vuelve su propia historia y coincide con el regreso de otras muchas personas que tuvieron que emigrar, autoconstruirse, y ahora retornan orgullosos de si mismos y de su hoja de vida. La vuelta se hace cotidianamente patente en la taberna de la Marraja [cf.] donde Bernardo tiene su «cátedra». Desde la que dialógicamente enseña y aprende, en connivencia con todo el microcosmos que por allí habita. Su botella del fresco rosado peleón ayuda a que el sagrado ritual de la comunicación sea más fluido.
La llegada de Bernardo siempre, a pesar de su generosidad con los tintos de la rioja alta alavesa, de los quesos de oveja de recónditos caseríos, de las conservas naturales u otros productos de su procedencia, que dona para el bienestar de sus conocidos, es deseada como la última. Nos (aquí esta incluido él) gustaría que se tomara un merecido descanso, que se quedase a disfrutar con sus padres, vecinos, recuerdos y emociones.