He jugado a baloncesto durante 35 años. Todo empezó, como casi siempre de causalidad. Cuando tenía 13 años fui operado del fémur izquierdo; mientras mis compañeros de los boys scouts jugaban al fútbol, en el campo de la Facultad de Teología (el jefe de tropa era jesuita), yo jugaba solo al baloncesto; al llegar al instituto Padre Majón fuí titular indiscutible, ya que no fallaba cuando estaba solo debajo del aro, las metía todas (cuestión de especialistas para aquella época, por cierto que Juan era mejor que yo porque sabía hacer cambios de dirección). He jugado, en club don Bosco, Tele Club Albayzin, Hípica, Cafetería Garden (estos dos últimos 3ª div.), Angel Ganivet, Zaidín, Velez Rubio, Facultad de Ciencias y Facultad de Letras... Todos los meses, cualquier hora, cualquier lugar. He disfrutado como un loco. He aprendido mucho, a colaborar, esforzarme, pensar, tener constancia, ... Gran parte de mis amigos y conocidos pertenecen al mundo del baloncesto (ayer mismo saludé a Antonio Martín, administrador delegado de la Facultad de Filosofía y Letras).
Aunque no estoy muy de acuerdo con el deporte de élite, me alegra que la selección española (emociones nacionalistas... ) se halla proclamado campeona del mundo. Sobre todo porque todos han insistido -con sus palabras y sus acciones- en que ganaba o perdía el equipo.
NB: andaluces, catalanes, castellanos, canarios, ... lástima que no hubiera ningún vasco.
Aunque no estoy muy de acuerdo con el deporte de élite, me alegra que la selección española (emociones nacionalistas... ) se halla proclamado campeona del mundo. Sobre todo porque todos han insistido -con sus palabras y sus acciones- en que ganaba o perdía el equipo.
NB: andaluces, catalanes, castellanos, canarios, ... lástima que no hubiera ningún vasco.
1 comentario:
No es del todo cierto que yo fuera mejor jugador de baloncesto que Paco. En todo caso, pudiera ser que lo fuese cuando él recién se incorporó pero no poco después, pues Paco se convirtió enseguida en un jugador tan eficaz que no había cambio de dirección capaz de evitar sus entradas, siempre seguras y directas a canasta. Aún lo recuerdo con su especie de fajín rodeándole una parte de su pierna y forjándose como jugador a base de esa jodida disciplina que tiene y que siempre he admirado. Después de los partidos, o después de clase, me invitaba a menudo a un vaso de leche con pan y mantequilla en casa de sus padres. Ya desde entonces me parecía un poco más sabio de lo normal. Luego nos largamos cada uno por un lado pero estamos llegando casi al mismo sitio.
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