Casualidades de la vida, Elvirita y María Dolores, madre natural y política han cumplido ochenta años con un día de diferencia. Aunque una naciera en Granada y la otra en Vélez Blanco. Ambas, viudas, tienen unas ganas tremendas de vivir y a pesar de los achaques todo parece indicar que estarán unos cuantos años más entre nosotros. Para celebrarlo nos hemos ido a almorzar (del artículo árabe al y el verbo latino morsus, mordisco) a una arrocería mediterránea que hay en el Zacatín (del árabe hispano saqqatín, ropavejero). Arroz negro con vino rosado de Enate. Ha sido un almuerzo con mujeres, Elvirita, María Dolores, Candi y Bea. No ha faltado una generación que estaba invitada -Alba- pero otros compromisos pudieron más. Todo muy bien.
Parece que la esperanza de vida de las mujeres en Andalucía es de 82 años. Lo cual me parece maravilloso salvo por ese espejismo que tenemos de no querer morir nunca. De no tener enfermedades ¿Que barbaridad! A veces es como si los humanos no nos quisiéramos morir nunca. A veces es como si no quisiéramos envejecer, como si no quisiéramos que nuestro cuerpo se deteriorase.
Un «Rimpoché» decía en el «Libro tibetano de la vida y la muerte» que había que saber morir y, como esta afirmación no era suficiente para los occidentales, había que clarificar que igualmente era necesario saber vivir. Es más que probable que, como no aceptamos la muerte, tampoco la mala vida (las enfermedades u otras contrariedades), al final terminamos por no saber vivir. Tenemos que saber vivir nuestra condición de seres débiles pero afortunados, aunque para ello haya que ser humildes, ascéticos y hedonistas.
Por tanto saber vivir, sumergidos solidariamente en nuestra socialización que nos cuida y mima, devolviendo los cuidados y los mimos. Vivir con nuestras limitaciones, con nuestras discapacidades, con nuestras enfermedades. Sin tragedias. Forma parte de nuestra misma, podemos y debemos disfrutar de los sentidos, de nuestra visión (a pesar de que solo capta unas ciertas frecuencias), de nuestro audición (aunque esté muy limitado, hay muchos animales que oyen más), de nuestro paladar (aunque solo capta algunas de las partículas), de la sensibilidad de nuestra piel (...), de nuestro cuerpo (a pesar de los obispos, ...), de nuestra mente (a pesar de que es incapaz de comprender todo lo que ocurre a nuestro alrededor y -probablemente nunca lo conseguirá-).
Vivir acompañando y acompañados como jóvenes, viejo o enfermos. Lo sublime del ser humano está indisolublemente unido a su debilidad. Qué importa que la incapacidad o el deterioro sea por una causa u otra.
Elvirita, la «madre que me parió» dice que no quiere vivir mucho más si está cargada de achaques. Hablamos de que se tiene que acostumbrar a vivir con ciertos problemillas (corazón, diabetes, osteoporosis, ciática, tensión en los ojos, mareos...) porque sus ganas de vivir y su sentido del humor están casi intactos, y porque queremos disfrutarla y que ella disfrute a pesar de todo.
[Próximos títulos: Que bien nos lo estamos pasando. Alonso conductor de ambulancias. La mente es como un paracaídas. Centro de acogida Ángel Ganivet].
Parece que la esperanza de vida de las mujeres en Andalucía es de 82 años. Lo cual me parece maravilloso salvo por ese espejismo que tenemos de no querer morir nunca. De no tener enfermedades ¿Que barbaridad! A veces es como si los humanos no nos quisiéramos morir nunca. A veces es como si no quisiéramos envejecer, como si no quisiéramos que nuestro cuerpo se deteriorase.
Un «Rimpoché» decía en el «Libro tibetano de la vida y la muerte» que había que saber morir y, como esta afirmación no era suficiente para los occidentales, había que clarificar que igualmente era necesario saber vivir. Es más que probable que, como no aceptamos la muerte, tampoco la mala vida (las enfermedades u otras contrariedades), al final terminamos por no saber vivir. Tenemos que saber vivir nuestra condición de seres débiles pero afortunados, aunque para ello haya que ser humildes, ascéticos y hedonistas.
Por tanto saber vivir, sumergidos solidariamente en nuestra socialización que nos cuida y mima, devolviendo los cuidados y los mimos. Vivir con nuestras limitaciones, con nuestras discapacidades, con nuestras enfermedades. Sin tragedias. Forma parte de nuestra misma, podemos y debemos disfrutar de los sentidos, de nuestra visión (a pesar de que solo capta unas ciertas frecuencias), de nuestro audición (aunque esté muy limitado, hay muchos animales que oyen más), de nuestro paladar (aunque solo capta algunas de las partículas), de la sensibilidad de nuestra piel (...), de nuestro cuerpo (a pesar de los obispos, ...), de nuestra mente (a pesar de que es incapaz de comprender todo lo que ocurre a nuestro alrededor y -probablemente nunca lo conseguirá-).
Vivir acompañando y acompañados como jóvenes, viejo o enfermos. Lo sublime del ser humano está indisolublemente unido a su debilidad. Qué importa que la incapacidad o el deterioro sea por una causa u otra.
Elvirita, la «madre que me parió» dice que no quiere vivir mucho más si está cargada de achaques. Hablamos de que se tiene que acostumbrar a vivir con ciertos problemillas (corazón, diabetes, osteoporosis, ciática, tensión en los ojos, mareos...) porque sus ganas de vivir y su sentido del humor están casi intactos, y porque queremos disfrutarla y que ella disfrute a pesar de todo.
[Próximos títulos: Que bien nos lo estamos pasando. Alonso conductor de ambulancias. La mente es como un paracaídas. Centro de acogida Ángel Ganivet].
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