El fin de semana pasada nos visitó en el pueblo Celso (el de "Recluta con queso") y nos comentó que al igual que creía Luis García Montero "El ser andaluz", casos como el del Josef Fritzl, el monstruo de Amstetten, no se podían dar en Andalucía. Nunca sabemos hasta donde podemos llegar los humanos, para lo bueno (noticias bondadosas de la misma transcendencia podían aparecer todos los día en los períodicos) y en los malo, pero sin duda la socialización en Andalucía, como en muchos otros lugares, es una buena mediación para todos los fenómenos. A pesar de que estemos perennemente situados entre el hedonismo y la indolencia.
Como la noticia es de mi amigo Luis reproduzco a continuación algunas de sus frases: Los andaluces hemos cargado durante siglos con una definición social peligrosa. El elogio de nuestras costumbres desembocaba con facilidad en caricaturas peyorativas. De la serenidad y el estoicismo se pasaba pronto a la vagancia. El carácter tranquilo, la necesidad de mantener un diálogo humano, es decir, sensual e inteligente con la vida, propició acusaciones de incapacidad productiva y de responsabilidades antropológicas sobre la propia miseria. ... hablar en los bares, negociar la vida con una sonrisa y meternos un poco en los asuntos de nuestros vecinos, ya sea para cotillear o para cuidarlos. Cuidemos la Andalucía que se sale por las ventanas, se junta en la tienda del barrio, pregunta por los novios de la niña, se empeña en pagar otra ronda y no te deja volver a tu casa con una sola cerveza en el cuerpo. La modernidad y el respeto no son incompatibles con la memoria y los sentimientos habitados. ... Quiero vivir con la ilusión de que en Andalucía hubiera sido imposible esta historia estremecedora, ocurrida a pocos kilómetros de Viena, en un país habitado por gente laboriosa, productiva y dueña de sus interioridades. Un andaluz, aunque ocultara un monstruo en sus entrañas, hubiese sido incapaz de guardar el secreto durante 24 años de copas de manzanilla, de charlas con amigos, de bares, gritos y llantos. Si el sueño de la razón crea monstruos, el frío de la incomunicación provoca abismos en la conciencia y telarañas en los ojos. Da miedo que existan lugares en los que nadie, ni una vecina entrometida, ni un vecino molesto y confraternizador, ni tu propia mujer, nadie, pero nadie, sea capaz de intuir lo que llevas detrás de tus palabras, lo que existe al otro lado de tu silencio, de tu mirada, de tus modales de pulcro ciudadano. ... Desmintamos, pues, la leyenda negra de nuestro gusto excesivo por los bares y las fiestas, pero sin pasarnos, que los mostradores son unos aliados imprescindibles de la gente de bien. Además, ahora que está aumentando el turismo interior, nuestra experiencia de bares se va a convertir en un motor eficacísimo de las ofertas de calidad. Las subidas disparatadas de precios y los malos servicios son difíciles de asumir por gentes que han aprendido a querer y respetar a sus hijas mientras las invitaban a una ración de calamares en el bar de la esquina.
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