No descubriré nada nuevo si digo que la dictadura franquista se sirvió del nacionalismo español para garantizar la estabilidad de su régimen. Y esta puede ser una de las razones por las que combatió fuertemente a otros nacionalismos como el catalán y el vasco. En este sentido con Franco se fortalecieron los símbolos que mejor ayudaban a preservar el sistema. El decreto de 2 de febrero de 1938 fijo el escudo con el lema Una, Grande, Libre, que hace referencia a la España unida sin nacionalismos separatistas. Algo más tarde la Ley de principios del movimiento nacional (17 de mayo de 1958) decía: Yo, Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España, Consciente de mi responsabilidad ante Dios y ante la Historia, en presencia de las Cortes del Reino, promulgo como Principios del Movimiento Nacional, entendido como comunión de los españoles en los ideales que dieron vida a la Cruzada, los siguientes: España es una unidad de destino en lo universal. El servicio a la unidad, grandeza y libertad de la Patria es deber sagrado y tarea colectiva de todos los españoles. …
Con la democracia se modifican algunos de estos símbolos pero el nacionalismo español continúa existiendo, probablemente –en consecuencia con lo que afirmaba más arriba- para bien y para mal. Para bien porque permite la identidad de los habitantes de este estado (de una y otra ideología y tendencia política). Para mal porque establece criterios irracionales y en ocasiones inapropiados para evaluar nuevo fenómenos son la Unión Europea, las relaciones exteriores, las migraciones, o el estado de las autonomías (o por qué no, en su caso, federal). La unidad de destino en lo universal se llega a convertir en un dogma inamovible –fuera de la historia-, una razón poderosa e “indiscutible”, un argumento para la negación de los demás, una justificación de la violencia. Un arma muy peligrosa que puede causar daños irreparables. Sólo los insensatos apelan a los nacionalismos ciegos y excluyentes (con o sin estado) para obtener beneficios de la política del momento.
Con la democracia se modifican algunos de estos símbolos pero el nacionalismo español continúa existiendo, probablemente –en consecuencia con lo que afirmaba más arriba- para bien y para mal. Para bien porque permite la identidad de los habitantes de este estado (de una y otra ideología y tendencia política). Para mal porque establece criterios irracionales y en ocasiones inapropiados para evaluar nuevo fenómenos son la Unión Europea, las relaciones exteriores, las migraciones, o el estado de las autonomías (o por qué no, en su caso, federal). La unidad de destino en lo universal se llega a convertir en un dogma inamovible –fuera de la historia-, una razón poderosa e “indiscutible”, un argumento para la negación de los demás, una justificación de la violencia. Un arma muy peligrosa que puede causar daños irreparables. Sólo los insensatos apelan a los nacionalismos ciegos y excluyentes (con o sin estado) para obtener beneficios de la política del momento.
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