Trabajo como psicóloga en el equipo de Salud Integral de Bienestar Universitario de la Universidad Tecnológica de Pereira , donde atiendo semestralmente cerca de 700 consultas. La Universidad que es pública, alberga cerca de once mil estudiantes, de los cuales aproximadamente el 75% pertenece a estratos 1, 2 y 3; estos son los más bajos en la escala de clasificación socio económica, en que está dividida la sociedad en Colombia. Estos sectores concentran la población más vulnerable, la que debiera ser sujeto prioritario de las políticas sociales del estado.
A simple vista el ambiente de la Universidad refleja alegría, calma, vitalidad; sin embargo, en la rutina del trabajo que realizo a diario, llegan a través de la consulta, historias plagadas de dolor y desarraigo. No deja de sorprenderme la inmensa soledad y a veces desesperanza en que viven muchos de nuestros jóvenes. No obstante pese al drama que marca a muchas de estas historias de vida; la mayor parte de ellas, son un claro ejemplo de superación, de la fuerza presente en el deseo de los jóvenes por sobreponerse a las adversidades; por edificar sueños y construir nuevas realidades en medio de la dificultad.
Uno de estos casos, es un chico de 22 años, alto, delgado, su rostro refleja las huellas del desamparo, una existencia agitada al extremo y la lucha por la supervivencia. Llega a consulta intentando poner en palabras todo el nudo que le oprime, en busca de un empujón para continuar aferrado a su punto de apoyo, la Licenciatura en la Enseñanza de la Lengua Inglesa que cursa por encima de todos los obstáculos. Para entonces, terminaba el primer semestre y se había mantenido en la universidad, gracias a la complicidad y el favor de los celadores de la institución, quienes le permitían dormir en los salones o en las garitas de vigilancia. En el proceso de resignificar su existencia, la historia de su vida se recapitula. Se inicia a muy temprana edad, transeúnte de bares y prostíbulos en compañía de su madre; crece en las zonas más deprimidas y conflictivas de la ciudad. Según su relato, a la edad de ocho años viaja con su madre, quien había ingresado a las redes del narcotráfico y son detenidos, cargados de droga, en un aeropuerto de Alemania. Ella es recluida en una cárcel de ese país y desde ese momento no volvió a tener noticias suyas. Él por su parte, es retornado a Colombia y llevado a un Centro de Rehabilitación para menores, una verdadera escuela de la delincuencia, donde continúa su vida. En torno a este centro, transcurre su adolescencia e inicios de su juventud, entre temporadas de reclusión y la vida de calle.
Recorrido por los caminos de la drogadicción, la delincuencia y el sicariato (asesino a sueldo), se debatió también con la muerte, cuando esta le mostró sus dientes. Cuenta que cuando recupero la conciencia, lo primero que recordó fue la mirada de su verdugo y enseguida de golpe vinieron a su mente otras miradas, las de sus víctimas. En este momento, dice, un convencimiento atravesó su cuerpo, una sentencia que hasta ese momento no conocía, no comprendía, él ya no podía seguir disponiendo de la vida de otros seres humanos. Fue así que decidió intentar abandonar esas rutas, aferrarse a una ilusión y empezar a sobrevivir de otras maneras.
El deseo de estudiar y de aprender Ingles surgió antes, comenta, no lo sabe muy bien, cree que fue en la cárcel, cuando por castigo lo confiscaban a permanecer incomunicado por largos períodos. Entonces, leer y escribir era su única posibilidad de escape, de conversar, de soñar. Probablemente, el amor por una lengua extranjera surja en la detención. Acostumbrado como estaba a descifrar los códigos de la calle y de los submundos donde nació y creció, aparece en un escenario deslumbrante para él, una lengua que no podía comprender. Pese al desarraigo que le significaba este suceso, seguramente le revelaba al mismo tiempo, un mundo diferente, desconocido, idealizado y donde identificó una parte de su vida: la madre en un mundo desconocido.
Así llega el encuentro con la Universidad, que le ofrece un cupo en una licenciatura de baja demanda: enseñanza de la lengua inglesa; y de allí se aferra. Hoy, abril de 2008, cursa el cuarto semestre de su carrera. Visibilizado su caso, recibe el limitado apoyo institucional y la intermitente solidaridad de voluntarios. Su caminar no es llano, batalla con su historia de vida que lo reclama y tienta, también con las estigmatizaciones que lo persiguen; sufre recaídas y retorna para afrontar el desaliento de quienes le apoyan. Pero ahí está: “guerreando” para no soltarse de su deseo. La historia de este joven me ha ensañado que, aún en los lugares más inhóspitos existe la esperanza y que efectivamente en la adversidad se puede hallar una opción movilizadora de fuerza de superación, de lo que se denomina empoderamiento pacifista.