Para escribir con cierta distancia sobre la Semana Santa, aquí en Andalucía, España, al menos tendría que imaginarme que soy un antropólogo japonés. He participado de ella desde que era muy pequeño, casi recién nacido, mi padre me llevaba a las procesiones de Granada, y desde entonces tengo gratas emociones, especialmente de la música. Posteriormente me separado cada vez más del sentimiento religioso. Ahora reconozco el papel de las religiones como proceso de socialización. No en vano la misma gente que se reune, en Vélez Blanco, en la matanza de un cerdo, o ve las retransmisiones del futbol, después sale en procesión unidos en la misma hermandad. Aunque como me decía uno de ellos "nos faltaba algo de devoción".
Como antropólogo japonés vería en torno a unos fuertes contenidos y discursos de pasión y dolor, la gente se reune, festeja y divierte. La estética de las imágenes, las cruces y los penitentes, contrasta con el bullicio sensual de toda la compañía.
Como en muchos otros ritos antropológicos los significados antiguos permanecen pero se han transformado, adaptado a las nuevas condiciones sociales. Las vacaciones, el ocio, el turismo, las diferentes éticas y estéticas, se unen estrenduosamente en una festividad caótica que nadie controla y de la que todos sacan partido. Por el momento creo que será difícil poner orden en esto, nadie podría controlarlo, ni encauzarlo, pertenece al campo complejo de las relaciones sociales.
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