Lo Indígena está siempre presente en México. Estadísticas oficiales dicen que son el 17 % de la población pero lo indígena está presente en la estética, en los hábitos, en la comida, en la cultura en general. Y, lo que es más evidente, en los genotipos y fenotipos (manifestaciones físicas, externas, de los genes) de todos sus habitantes, a pesar de que las televisiones se empeñen de mostrar sólo a güeritos (personas con aspecto de europeos, mas bien del norte). Para muchos los rasgos que hermanan y unifican con los indígenas son sencillamente “mexicanos”, de la “nación” mexicana, de los ciudadanos de este país. Esto fue sin duda un gran avance democrático. Pero, sin embargo, lo indígena parece en la practica estar excluido de todos los ámbitos de poder (menor representación y participación, más pobreza, menos esperanza de vida, más analfabetismo, ...).
Me cuenta Juanita, secretaria del master de la Paz, con unos rasgos indígenas claros, que ella es Jiquipilco, un pueblo de uno dos mil habitantes, la tradición es otomí (cultura, estética, comida, ...) pero muy poca gente habla su lengua, quizás diez personas, todas ellas mayores. Su padre hablaba otomí, su tía también, sus hermanas lo comprenden pero ella con una gran bondad y candidez afirma que ni lo entiende, ni le interesa, ni le da pena que se pierda.
Tengo la impresión de que este conflicto, que lo atraviesa todo, es a la vez una gran fuente de riqueza y de frustración que se liga con los procesos de independencia y revolución y sus imaginarios y que, por tanto sus transformaciones y regulaciones son vitales para el país (no en vano el EZLN está instalado en él). Me dicen que este es uno de los rasgos principales del nacionalismo mexicano, heredado del colonialismo europeo, la ocultación de lo indígena. Y yo me pregunto sino será igualmente una fuente de esquizofrenia que nos impide saber realmente quienes somos.
Me cuenta Juanita, secretaria del master de la Paz, con unos rasgos indígenas claros, que ella es Jiquipilco, un pueblo de uno dos mil habitantes, la tradición es otomí (cultura, estética, comida, ...) pero muy poca gente habla su lengua, quizás diez personas, todas ellas mayores. Su padre hablaba otomí, su tía también, sus hermanas lo comprenden pero ella con una gran bondad y candidez afirma que ni lo entiende, ni le interesa, ni le da pena que se pierda.
Tengo la impresión de que este conflicto, que lo atraviesa todo, es a la vez una gran fuente de riqueza y de frustración que se liga con los procesos de independencia y revolución y sus imaginarios y que, por tanto sus transformaciones y regulaciones son vitales para el país (no en vano el EZLN está instalado en él). Me dicen que este es uno de los rasgos principales del nacionalismo mexicano, heredado del colonialismo europeo, la ocultación de lo indígena. Y yo me pregunto sino será igualmente una fuente de esquizofrenia que nos impide saber realmente quienes somos.
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