Creo que estaba en el avión de Bilbao a Granada, después de participar en el seminario de Gernika cuando se me ocurrió escribir sobre la salida del cascarón. Había tenido con Marisa conversación al respecto de conocerse mejor a si mismo y al entorno, relacionado con alcanzar una mayor libertad. Comencé a escribir pensando en ella, pero ahora me doy cuenta de que podría ser me de gran utilidad para mi mismo, porque uno sigue saliendo del cascarón toda la vida. Siempre, casi por fortuna, queda algo de cascarón pegado a la piel.
La expresión se utiliza, por simil con los poyuelos, aunque bien podrían ser tortugas, caimanes, dinosaurios u ornitorrincos. Es el alumbramiento, la creación de la vida para cuando un niño o adolescente comienza a abandonar la protección de los padres. Es una llamada a la autonomía, a la libertad. ¿Pero quién alcanza, al completo, estas metas?
Los humanos, por nuestras características intrínsecas, salimos del cómodo espacio anniótico maternal y a partir de ahí nos liberamos de las ataduras de nuestro cuerpo, nuestra famila, nuestros aprendizajes o nuestra cultura. Es un camino creativo, impulsado por nuestras ganas de sentir, comunicar, aprender o actuar. El florecimiento humano es una tarea constante, es como si estuviéramos en el corazón de una cebola y tuviéramos que romper una y mil capas, pequeñas capas que nos aprisionan, imperfectibles. Romper las capas que a la par nos protegen y aislan del mundo, establecer mayores simpatías y sugerencias con el mundo, entrar en contacto con el arie de la naturaleza, el cosmos, otros seres humanos, desarrollar la solidaridad y al mismo tiemo el hedonismo.
En un orden muy práctico, casi pedestre ....sino sabes cruzar miradas con tu alrdedor, sino hay roce con otras personas, sino tomas una botella de vino con los amig@s de vez en cuando ... es imposible que conozcas el amor, con minúscula y mayúscula.
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