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Ayer vino a Granada y me hacía mucha ilusión encontrarme con ella, por un lado como una manera de recobrar una parte importante de mi infancia, de otro quizás con la oculta intención de devolverle parte del cariño que me dio desde que era pequeño. Su casa en el Zaidín fue una de mis primeras noches fuera de casa (todavía recuerdo el ridículo que hice -toda una noche llorando diciendo que mi madre me llamaba-).
Todo ha sido natural, como si no hubieran pasado los años ni sus avatares. La simpatía de Antoñita (nuera), Alfonsito (hijo) y Elvirita (hermana) hizo que el encuentro fuera absolutamente fluido. Puede que el gracejo de los «Mavit» sea una buena herencia.
1 comentario:
Bonita descripción, siempre le he hechado de menos un poco de esa vitalidad a Elvirita, que aún sigue rehusando usar patalones, pese a las insistencias en tiempos pasados.
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